La crisis económica no afectó de la misma manera a todos los niños. La relación de los progenitores con el mercado de trabajo y la composición de la estructura familiar son dos de los factores principales que explican el riesgo de pobreza durante los primeros años de vida.
Una manera de evaluar el impacto de la crisis sobre el bienestar infantil consiste en analizar el número de niños y niñas que viven en hogares con una baja intensidad laboral. Los miembros de estos hogares trabajan menos de un 20% de su potencial y, por tanto, casi no tienen ingresos provenientes del mercado de trabajo. Hay una estrecha relación entre vivir en un hogar con una baja intensidad laboral y sufrir pobreza infantil. Esta relación, sin embargo, no es únicamente consecuencia de la crisis económica: en el año 2008, el 71,7% de los niños que vivían en hogares con baja intensidad laboral eran pobres. Esta circunstancia es una muestra de la desprotección que sufren los menores cuando viven en hogares con baja intensidad laboral, incluso en épocas de bonanza económica.


En 2008, el 7,2% de los adultos y el 4,2% de los niños vivían en hogares con una baja intensidad laboral (gráfico 3). A partir de aquel momento, y debido al aumento del paro, se incrementó también el riesgo de vivir en un hogar de este tipo, hasta llegar al punto máximo en 2014, cuando un 14,3% de los menores vivían en esta situación. Durante la crisis económica también se intensificó la relación entre pobreza infantil y hogares con baja intensidad laboral (gráfico 4). Ya a partir de 2011, ocho de cada diez niños que vivían en hogares con baja intensidad laboral eran pobres. Aunque desde el año 2014 ha disminuido el porcentaje de niños que viven en hogares con baja intensidad laboral, sucede lo mismo que con los datos sobre la pobreza anclada: las cifras todavía son superiores a las de la situación anterior a la crisis. Lo más preocupante es que en los últimos años del período analizado se ha intensificado la relación entre pobreza infantil y hogares con baja intensidad laboral, de modo que prácticamente casi nueve de cada diez niños que viven en un hogar con baja intensidad laboral son pobres.
El riesgo de pobreza infantil varía según la composición del hogar familiar y si los progenitores tienen trabajo o no (gráfico 5). El mayor riesgo lo sufren los niños que, o bien viven en hogares monoparentales en los que el padre o la madre no trabaja, o bien viven con ambos progenitores y ninguno de los dos trabaja. Es especialmente grave la condición económica de los niños que conviven con ambos progenitores sin trabajo, una situación que, a pesar del crecimiento de la economía en los últimos años, ha empeorado. En 2018 eran pobres ocho de cada diez menores que convivían con ambos padres y ninguno de los dos trabajaba (en 2008 eran siete de cada diez).


Los niños con más protección son los que viven con los dos progenitores y los dos trabajan. Pero cuando solo uno de los dos tiene trabajo, vivir con ambos progenitores no garantiza necesariamente una vida digna, ya que, como hemos visto al inicio del período estudiado, más de tres de cada diez niños en esta situación vivían bajo el umbral de la pobreza. La situación de este grupo apenas ha mejorado en los últimos años: en 2018 más del 40% de los niños pertenecientes a este tipo de hogar vivían en la pobreza.