En sus trabajos cita la separación y la paternidad a edad temprana como patrones que se repiten entre padres e hijos a la hora de formar familias. ¿Pasa lo mismo con los ejemplos contrarios? Es decir, ¿los hijos de padres que convivieron juntos toda la vida –feliz o infelizmente– o los hijos nacidos tardíamente también repiten los mismos comportamientos que sus padres?
Respecto a la fertilidad, nuestras investigaciones indican que cuando los padres han tenido un hijo a una edad relativamente temprana, se incrementan las posibilidades de que sus hijos también sean padres jóvenes. En cambio, si los padres han tenido hijos a una edad tardía, hay más variación. Este patrón no se repite tanto.
En cuanto a la separación, los hijos de padres separados tienen una probabilidad más alta de separarse. Y viceversa: los hijos de padres que han permanecido juntos tienen más posibilidades de tener una relación duradera. Una posible razón es que en su hogar familiar han visto que las situaciones complicadas se pueden superar.
Un estudio en los Países Bajos muestra que las posibilidades de separarse aumentan alrededor del 25% en hijos de padres separados. Y la probabilidad de que una pareja se separe es un 45% mayor si los padres de los dos miembros también se separaron. Es decir, no solo importan las experiencias de uno, sino la acumulación de experiencias en el seno de una pareja.
Según algunos estudios, las separaciones han pasado a ser un fenómeno más común entre las clases bajas, cuando antes era más frecuente en las clases altas.
En el pasado, la separación era más común entre las personas nacidas de matrimonios de clase alta porque eran las únicas que tenían los medios económicos para afrontarlo. Pero hoy en día es más probable que las familias de clase más baja puedan separarse. Hay varias posibles razones que explican este fenómeno.
Los hijos de familias de clase alta tienen una educación superior y, en consecuencia, mejores competencias para negociar con su pareja o tratar racionalmente los conflictos que surgen. En cambio, para los que tienen menor acceso a la educación, es más difícil adquirir las habilidades para tratar los conflictos de pareja y llegar a un entendimiento.
Por otra parte, en algunos países existen ayudas económicas para familias monoparentales que pueden contribuir a que las personas de clases más bajas opten por separarse.
Pero aun así, la separación empobrece a ambos miembros de la pareja. Si aumentan las separaciones entre las familias de clase baja, ¿no aumentarán también las desigualdades en la sociedad?
Sí, evidentemente. Una persona que procede de un nivel social bajo suele tener ingresos bajos. Si además repite algunos patrones demográficos habituales en estas familias, como tener hijos a una edad temprana, la situación puede conducir a una relativa continuidad de falta de recursos. Y si a todo ello se suma una separación en el seno de la pareja, su economía empeora aún más.
Hay parejas que, aunque ya no se entienden, optan por continuar juntos en vez de separarse. ¿Cómo puede esto afectar al desarrollo de los hijos?
Sabemos que los hijos de padres divorciados a menudo acaban teniendo más dificultades que los hijos de padres que permanecen juntos. Pero cuando los padres son incapaces de crear un ambiente sano en el hogar, resulta igualmente perjudicial para los niños.
Está claro que los entornos familiares conflictivos, en los que incluso puede haber violencia doméstica, condicionan negativamente el desarrollo de los niños. Lo idóneo es que un niño crezca en un ambiente sano y seguro en el que pueda desarrollar vínculos fuertes con ambos progenitores.
¿Cómo pueden afectar a las futuras estructuras familiares los cambios sociales y demográficos que estamos experimentando en la actualidad? Por ejemplo, los movimientos feministas que denuncian la brecha salarial entre hombres y mujeres.
Con el aumento del nivel educativo de las mujeres y su mayor presencia en el mercado de trabajo, su papel en la familia está cambiando. Están ganando poder, lo que conduce a unas relaciones de pareja más equitativas.
Mi colega Gøsta Esping-Andersen observa que en el pasado se imponía un modelo de familia tradicional: el hombre aportaba el salario principal y la mujer cuidaba del hogar. En aquel contexto, las relaciones de pareja eran bastante estables.
Ahora nos movemos hacia un modelo en el que ambos miembros de la pareja comparten el trabajo remunerado y en las tareas del hogar se tiende hacia un incremento de las condiciones de igualdad. Esto también debería dar lugar a parejas estables.
Pero actualmente estamos en un apuro, situados en algún punto entre los dos modelos que he descrito. Y la gente no sabe realmente cómo manejarse en este contexto. La idea de Esping-Andersen es que en esta situación de incertidumbre, cuando la teoría y la práctica no coinciden, las relaciones son mucho más inestables. Y esto puede derivar en tasas de separación más altas y en un descenso de la natalidad.
Además, si ambos cónyuges tienen un poder equivalente en el seno de la pareja y no dependen excesivamente el uno del otro, también resulta más fácil para ellos acabar con la relación si esta no funciona según sus expectativas. De nuevo esto puede ser bueno, pero también aumenta el riesgo de que algunas personas puedan romper la relación demasiado pronto, sin hacer un auténtico esfuerzo para que funcione.
Entrevista por Juan Manuel García Campos