La infancia es el período clave para el desarrollo de las personas. Las experiencias de los primeros años de vida condicionan los niveles de bienestar que se alcanzarán en la edad adulta en todas sus dimensiones: trabajo, salud, inclusión social, etcétera. Por ello, combatir y prevenir la pobreza infantil constituye una piedra angular en la lucha contra la desigualdad, una lucha crucial para promover la justicia y la equidad, la cohesión social, la eficiencia y la competitividad, así como la solidaridad intergeneracional. Por estos motivos, ya hace décadas que los científicos prestan una especial atención a los determinantes y características de la pobreza infantil y la desigualdad. Los libros que se reseñan aquí ofrecen dos perspectivas de este problema: una general y otra particular.
El ensayo de Richard Wilkinson y Kate Pickett se lee con fluidez y estudia cómo las consecuencias asociadas a la desigualdad no se limitan a una carencia de bienes materiales, oportunidades educativas más limitadas o una menor probabilidad de ascender en la escala social, sino que abarcan también otros costes menos obvios, como los efectos sobre la salud física y mental.
Parten de un análisis de factores macro –por ejemplo, la desigualdad a partir de la distribución de todos los ingresos de un país– para explicar cómo afectan a los residentes de cada país en su salud y bienestar individual. El empeño del libro es mostrar cómo la clase social marca desde la infancia el desarrollo de las trayectorias vitales y, lo que es más importante, marca más donde la desigualdad es mayor.
Los autores realizan un arduo trabajo de recopilación de estudios empíricos sobre la ansiedad que produce la existencia de jerarquías sociales y la consciencia de los individuos de no estar a la altura y de verse obligados a competir por el estatus. Esto afecta a la probabilidad de desarrollar enfermedades mentales tales como la esquizofrenia, a la timidez, a la falta de amistades derivada de la misma y, en última instancia, a la soledad como enfermedad. Resuena en el mensaje aquel concepto de Durkheim que en el siglo XIX ya hablaba de la anomía: ese sentimiento de no pertenencia al entorno.
Con respeto a la infancia, las consecuencias de la desigualdad en el desarrollo de los niños son permanentes. Por ejemplo, al analizar la plasticidad del cerebro muestran que el estrés durante el embarazo o las situaciones familiares complicadas influyen en el desarrollo cerebral del menor. Dichas situaciones son más frecuentes en familias pobres y en países donde la preocupación por el estatus es mayor. En estas circunstancias, el ideal meritocrático de que cualquier niño o niña puede ascender en la escala social si se lo propone difícilmente llega a concretarse, puesto que los niños que crecen en familias pobres arrastran un lastre inevitable.
En particular, es importante el «efecto pigmalión», según el cual las calificaciones de las niñas y niños están relacionadas con las expectativas que de ellos tengan sus profesores. Wilkinson y Pickett insisten en este punto en la importancia de los programas de refuerzo en las primeras etapas educativas como una inversión progresiva en cuanto a sus consecuencias redistributivas, así como en la formación del profesorado que incluya la perspectiva de clase a la hora de analizar las diferencias dentro del aula.
El segundo de los libros, Children of austerity, proporciona una visión global del impacto de la Gran Recesión (2009-2014) en la infancia a través de una selección de 10 países desarrollados, incluido España. En él se constata de qué manera, país a país, la infancia ha sufrido las consecuencias de la crisis y los recortes, lo que permite concluir que dicho impacto no ha sido igual en todos los países. Cada capítulo, además, presenta el análisis y el diagnóstico de las políticas públicas de lucha contra la pobreza infantil de cada país. El libro, editado en 2017, llega en su análisis hasta 2014, dejando fuera de su ámbito de estudio los últimos cuatro años. En el caso de España, esta última etapa es clave, ya que debido a nuestras peculiaridades tardamos más en salir de la crisis, siendo precisamente el año 2017 el peor para la infancia (en cuanto a tasas de pobreza infantil relativa).