El incremento de las desigualdades salariares no se distribuye homogéneamente, sino que ha afectado de manera especial a algunos colectivos de trabajadores. Uno de ellos son las mujeres; el otro, los trabajadores extranjeros.
En cuanto a las desigualdades de género, son importantes y persistentes. Las mujeres están en una situación de inferioridad respecto a los hombres en prácticamente cualquier aspecto de las condiciones laborales que se tenga en cuenta: mayores índices de desempleo, de temporalidad, de empleo a tiempo parcial, mayor presencia en los niveles más bajos de la jerarquía laboral en sectores de profesiones asalariadas como la enseñanza y la sanidad.
Una de las formas más simples de medir esta desigualdad es calcular la brecha salarial; es decir, la diferencia salarial media que existe entre el conjunto de hombres y el de mujeres. Este puede ser un buen indicador de desigualdad, aunque su interpretación está sujeta a diversas lecturas. La más restrictiva consiste en considerar que solo hay discriminación de género cuando un hombre y una mujer con iguales niveles educativos, tipo de contrato, sector de actividad y posición laboral cobran salarios diferentes. En este caso, la desigualdad se reduce a un nivel próximo al 10%.
La más extensiva considera que la diferencia total recoge mejor la desigualdad real porque la discriminación de género no solo incluye una discriminación salarial, sino también una asignación diferente de hombres y mujeres en empleos diferentes e incluso una subvaloración de los empleos tradicionalmente femeninos. Este último es el valor que recoge la brecha salarial.
Así, las mujeres cobran menos que los hombres por un conjunto de razones diversas: ocupan muchos empleos a tiempo parcial; están sobrerrepresentadas en los sectores de bajos salarios; ocupan puestos inferiores en la jerarquía laboral; padecen discriminaciones en cuestiones de promoción; muchos de los empleos femeninos tienen un bajo reconocimiento social, etcétera. Además, y esto complica la situación, una buena parte de los puestos de trabajo que ocupan más frecuentemente mujeres se concentra en dos segmentos del mercado laboral: las profesiones asalariadas –especialmente en servicios públicos como la sanidad o la educación– y los empleos manuales de servicios.
La brecha salarial recoge todas estas circunstancias y, por tanto, no puede interpretarse de una manera simple. Por ejemplo, si crece el empleo en sectores profesionales preferentemente ocupados por mujeres, es posible que el tamaño de la brecha tienda a disminuir, aunque persistan discriminaciones por razones de género. Por tanto, una variación de unos pocos puntos en el valor de la brecha no puede tomarse sin más como una base sólida para interpretar que las desigualdades crecen o se reducen.
Como observamos en el gráfico 4, la brecha salarial de género se sitúa siempre por encima del 20%, un nivel suficientemente alto para indicar que estamos ante una desigualdad importante. Crece hasta 2013 y después se modera. Sin embargo, esta moderación podría reflejar más la recuperación del empleo (especialmente en sectores tradicionalmente feminizados) que un cambio significativo en las desigualdades de género.

Las desigualdades de género son importantes, pero no las únicas. Otras diferencias de salarios pueden también esconder discriminaciones que afectan a distintos grupos de personas. La nacionalidad es una de estas posibles causas, ya que habitualmente una gran parte de la población trabajadora de origen extranjero (con la notable excepción de los empleados de empresas multinacionales y profesionales de élite) suele concentrarse en las actividades menos retribuidas. Esto es así no solo porque son los últimos en llegar al mercado laboral y, debido a su precariedad económica y, en muchos casos, a su falta de cualificación, son más proclives a aceptar trabajos menos remunerados, sino también porque las políticas migratorias y otras relacionadas (por ejemplo, el reconocimiento de títulos profesionales) les abocan a mercados laborales marginales.
Lo que podemos decir con la evidencia estadística disponible es que, efectivamente, esta brecha salarial asociada a la nacionalidad de origen existe y es especialmente importante para las personas procedentes de Latinoamérica y el resto del mundo (Asia y África). La brecha salarial con estos inmigrantes, y especialmente con los procedentes de Asia y África, ha tendido además a ampliarse con la crisis, una tendencia que es justo la contraria a la experimentada por los inmigrantes comunitarios (gráfico 5).
